Actividades de cuentos de hadas de DLTK
La historia de Cenicienta
© Escrita por Tasha Guenther e ilustrada por Leanne Guenther
Cuento de hadas basado en la historia original de Charles Perrault
Había una vez una joven de nombre Ely, que vivía en una tierra como la tuya o como la mía. Había nacido en una casa pequeña y vivía con su madre Lily y su padre que era un comerciante muy trabajador.
Su madre era amable, amorosa y paciente y su padre era feliz. Eran una buena familia que disfrutaba de mucho éxito. Habían tenido tanto éxito que pudieron mudarse a una hacienda muy grande, de mil quinientas hectáreas.
A Ely le gustaban los jardines de azucenas alrededor de la hacienda y pasaba allí gran parte de su tiempo. Y fue en ese jardín donde conoció a un grupo de amigos un poco inusuales pero encantadores: tres ratones ciegos, numerosos pájaros y un mono araña llamado Zuzu, que había escapado del grupo de animales de sus vecinos adinerados.
Sin embargo, la madre de Ely enfermó unos meses después de la mudanza y falleció al poco tiempo, dejando a su esposo desconsolado.
Después de este episodio, el decidió salir en viaje de negocios más frecuentemente, dejando sola a Ely mientras crecía y se convertía en una mujer bondadosa como su madre.
El padre de Ely conoció a una mujer durante uno de sus viajes, y cuando regresó a casa el día que Ely cumplió dieciséis años, se había casado nuevamente.
La mujer llegó en un extravagante carruaje halado por caballos, acompañada de sus dos hijas. Las tres damas salieron, vestidas de pies a cabeza con seda, encajes, joyas y pieles. Ely sonrió y saludó a su nueva familia pero ellas ignoraron su bondad se enojaron y le gritaron al cochero.
“Madre mía” comenzó a decir la madrastra “es como si hubiera pasado por todos esos baches a propósito.”
“¡Y las rocas! ¡Mi pobre vestido! ¡Arruinado hasta las costuras!” chilló la hermanastra mayor.
“¡Tengo moretones por TODAS partes! ¡Y mi pelo!” lloriqueó la menor.
Ely observaba a las recién llegadas con los ojos bien abiertos, mientras estas pasaron las siguientes semanas cambiando todo en la hacienda. Pintaron las paredes de rosado, reemplazaron el césped por piedras y retiraron los jardines de azucenas y los cambiaron por rosas.
A medida que pasaron los meses, el negocio de su padre comenzó a decaer. Este se dedicó solamente a comerciar, así que se ausentaba por meses en el mar. Mientras él estaba de viaje, Ely era Cenicienta, así la llamaban su madrastra y sus hermanastras. Limpiaba, cocinaba, y hacía todo por ellas. Pero cuando su padre regresaba a casa por un tiempo corto, Ely volvia a ser ella misma. Sus hermanastras la ignoraban pero su madrastra la trataba con una bondad fingida.
Ely nunca se atrevió a contarle a su padre sobre la maldad de su nueva esposa, pues no soportaba la idea de volver a romperle el corazón.
Una noche mientras cenaban, su padre se sentó al lado de su amada Ely y le susurró: “Hoy recibí una carta.”
“¿Una carta? ¿De quién?” contestó susurrando también, evitando la mirada fulminante de su madrastra.
“El Rey” contestó sonriendo.
“¡El Rey!” exclamó la madrastra.
“¿Y qué es lo que quiere el Rey de ella?” Chilló la hermanastra mayor.
“¡Madre! ¡Pensé que habías dicho que no se permitían animales en la casa! ¿Qué hace esa COSA aquí?” lloriqueó la menor.
“Ceni…quiero decir Ely… querida… ¿podrías por favor retirar tu mono de la mesa?” pregunto la madrastra apretando los dientes.
Ely dio una palmadita en su regazo y Zuzu se bajó de un salto, agarró un pedazo de pan del plato y salió corriendo del inmenso salón comedor.
“¿Qué dice la carta?” preguntó la madrastra.
El padre buscó entre su frac, sacó una carta y se la entregó a Ely. Esta leyó en voz alta las palabras escritas a mano: “En nombre del Rey, Sus Majestades el Duque y la Duquesa de Devonshire, están invitados al baile de disfraces del Príncipe, que se llevará a cabo en dos semanas.”
“¡Pero dos semanas es muy poco tiempo!” exclamó la madrastra.
“¿DOS semanas?” agregaron las hermanastras.
Durante las siguientes dos semanas, las mujeres correteaban histéricas por toda la casa; no podían contener su emoción. Ely aprovechó la oportunidad para pasar tiempo con su padre. Sembraron un pequeño jardín de azucenas detrás de la mansión.
La última noche antes de viajar, el padre le entregó a Ely una caja grande con una cinta blanca.
“Para ti” dijo.
La abrió y encontró un vestido rosado pastel adentro. Nuevamente sintió la mirada fulminante de su madrastra.
“Ya debes irte a la cama, querida Ely. Mañana nos espera un día muy importante. Sospecho que el Príncipe tomará la decisión correcta. ¡Mi hija mayor está extasiada! Y todos debemos celebrar en el baile su próxima boda,” exclamó la madrastra.
Ely se despidió con tristeza de su padre, recogió a los tres ratones ciegos que se escondían bajo su vestido nuevo y subió las escaleras corriendo a su habitación. Zuzu y el resto de sus pequeños amigos la siguieron.
“No se permiten animales en la…”
Ely cerró la puerta antes de que su madrastra terminara la frase. Durmió profundamente esa noche, y tuvo sueños maravillosos con el príncipe y el baile.
A la mañana siguiente, la despertaron los gritos y el llanto.
“¡Cenicienta!” chilló la hermanastra mayor.
“¡Cenicientaaa!” gritó la menor.
Ely volvió a ser Cenicienta…una esclava para ellas.
Barrió los pisos con la escoba de maíz, lavó las paredes con esponja, podó los jardines y preparó desayunos, almuerzos y el té de la tarde. Las mujeres se sentaron en sus sillas blancas en el jardín de rosas, debajo de una sombrilla demasiado adornada. Llamaron entonces a Cenicienta.
“Trae el vestido que compró mi amado esposo” ordenó su madrastra astutamente.
“¿El vestido rosado?”preguntó Cenicienta.
“Correcto. Tráelo de una vez” ordenó nuevamente.
“¡Envuélvelo en esa bonita caja!” bromeó la mayor haciendo un guiño a su hermana.
“¡Con la cinta BLANCA encima!” gritaron las dos hermanastras en coro. Se atacaron de la risa mientras su malvada madre bebía su té a sorbos, indiferente.
Cenicienta pasó el resto del día arreglando a las damas para el baile. La hermanastra mayor se puso el vestido rosado pastel de Cenicienta y luego la regañó por trabajar tan despacio.
“Oh, madre mía. Está que se muere de la envidia ¿verdad?” Cenicienta escuchó el comentario de la madrastra.
“¿Verdad que lo está? Debe ser difícil ver como un vestido tan bonito le luce mejor a alguien más” chilló la mayor.
Cenicienta rizó las pelucas, cosió las máscaras para los disfraces, hizo el dobladillo de los vestidos y empolvó sus caras.
Luego, las mujeres salieron para el baile en la misma carroza extravagante halada por caballos en la que habían llegado a la hacienda el primer día.
Cenicienta corrió a su habitación y lloró en silencio en su cama. Escuchó ruidos a su lado, levantó la mirada y vio a sus pequeños amigos. Frente a ellos había una máscara.
“¿La hicieron para mí?” preguntó suavemente.
Zuzu empujó la máscara acercándola a ella.
Ely la recogió, la sostuvo frente a su cara y sonrió con nerviosismo. La máscara estaba hecha con ramitas de los nidos de los pájaros, le habían cosido pétalos de azucenas: tres de ellos no estaban bien pegados, pero Cenicienta sabía que los ratones ciegos habían hecho su mejor esfuerzo.
Miró a sus amigos, y dijo sollozando:
“Si tan solo pudiera ir al baile y usar su hermosa máscara. De verdad desearía poder ir.”
En ese momento cayó una lluvia de escarcha dorada.
¡PUM, PUM, SHIU, POW!
“¡Huy! Nunca puedo hacer la entrada…Gusto conocerla, señorita, soy su hada amiga. Mi nombre es Hada, pero puedes llamarme… puedes llamarme Hada ¡Nunca tuve un sobrenombre!” chilló con su aguda voz una mujercita alada de vestido dorado.
Cenicienta y sus amigos tomaron distancia de la extraña criatura. El hada zumbó y giró alrededor de la habitación.
“¿Te escuché bien? ¿Quieres ir al gran baile? ¡Va a ser uno muy importante! ¡Ajá! ¡Tengo el vestido perfecto para ti!”
Y con un movimiento de su varita mágica dorada Cenicienta tenía puesto un hermoso vestido azul con espléndidas zapatillas de cristal. Agarró su máscara y se apresuró a seguir al Hada saliendo de la mansión.
¡PIIIIII!
Pitó el hada fuertemente e hizo señas a Cenicienta para que entrara en la carroza plateada.
“¡Ahora, vete, vete, vete! ¡Vas a llegar tarde! ¡No llegues tarde! ¡uy! ¡No te olvides niña que esto solo dura hasta la medianoche… en punto!”
Cenicienta dijo adiós con la mano a sus amigos y a la extraña criatura alada. Se sostuvo con fuerza mientras la carroza plateada se fué zumbando hacia el castillo del rey.
Una vez que llegó al enorme palacio de piedra, la escoltaron al salón del banquete. Después de ingresar en el inmenso salón de paredes de oro y pisos de rubí, Cenicienta sintió que todos la miraban.
Cenicienta oyó comentarios como “¡Oh!” y “¡Qué maravilla!”y “¡Esa máscara es muy extraña!” y “¡Su extravagancia es muy imponente!” mientras pasaba frente a Duques y Duquesas, caballeros y damas, todos vestidos con los más finos atuendos.
De repente, un apuesto hombre hizo una reverencia frente a ella y le pidió que bailaran; cuando ella se inclinó y tomó su mano extendida, sus ojos azules brillaron tras la máscara con incrustaciones de rubíes.
Bailaron juntos toda la noche. Hablaron de muchas cosas y él estaba sorprendido de ver todo lo que ella sabía sobre negocios.
“Me encantas. Mi abuelo desea que pase la noche buscando a la mujer correcta, pero al parecer ya la encontré” dijo el hombre.
“¿Tu abuelo?” preguntó Cenicienta.
“Sí, seguro lo conoces” dijo el hombre sonriendo.
Cuando Cenicienta estaba a punto de responder, escuchó que el gran reloj dorado en el centro del salón daba la medianoche.
¡DIN!
¡DON!
¡DIN!
Mientras el reloj comenzó la cuenta regresiva, Cenicienta se disculpó deprisa y corrió tan rápido como pudo saliendo del palacio. Entró de un salto en el carruaje plateado, perdiendo una de sus zapatillas de cristal. Se agarró con fuerza mientras la carroza se alejó zumbando del palacio.
Cenicienta no pudo dormir porque no podía sacarse de la cabeza la imagen de esos ojos azules de aquel hombre.
A la mañana siguiente barrió los pisos con la escoba de maíz, lavó las paredes con esponja, podó los jardines y comenzó a preparar el desayuno. Mientras arreglaba la mesa pudo oír a las malvadas mujeres quejándose.
“¡Que experiencia tan terrible!” chilló la mayor.
“¡Muy horrible!” se quejó la menor.
“El príncipe estuvo con esa mujer toda la noche.”
“Es porque usaste ese horrible vestido rosado.”
“Bueno, bueno, niñas. Vengan a tomar su desayuno. Y quítate esa cara de asombro, Cenicienta. No te queda bien” dijo la madrastra.
Antes de que tuvieran tiempo de sentarse, escucharon golpes en la puerta. Las mujeres se apresuraron hacia la entrada y chillaron al ver al portero de la realeza. Cenicienta siguió lentamente a las damas.
“Presentando al Príncipe de la Tierra más Grandiosa de todas las Tierras” dijo en voz alta. “La mujer con la que desea casarse tenia puesta esta zapatilla de cristal” continuó. Las mujeres chillaron nuevamente.
“¡Es una zapatilla de cristal!” dijo Cenicienta y se acercó. Su madrastra la apartó de un empujón.
“¿Quien dijo eso?” preguntó una voz conocida.
“¡Fui yo!” dijo la hermanastra mayor.
Luego se probó la zapatilla pero no tuvo éxito pues no le entró. Entonces la hermana menor se probó la zapatilla, pero tampoco le quedó.
Cenicienta supo que no podía hablar nuevamente, pues su madrastra seguramente la castigaría si lo hacía. Así que agarró a Zuzu y comenzó a subir las escaleras.
“¿Quién es ella?” dijo una voz conocida. Cenicienta se volteó y vió los hermosos ojos azules que la observaban. El hombre del baile era el Príncipe.
“Ely” contestó suavemente.
“Ely,” repitió el príncipe. Entró con cuidado en la mansión y la saludó extendiendo su mano. Puso cuidadosamente la zapatilla de cristal en su pie y esta le quedó perfecta.
Sin decir una palabra, la llevo hacia la carroza real, alejándola de su malvada familia. Ely les pidió a sus amiguitos que la siguieran. El príncipe miró a todos los animales en la carroza y se rió.
“Eres encantadora” dijo, mirando a Ely a los ojos.
Se casaron tan pronto pudieron y tuvieron una hija a la que llamaron Azucena. Una vez que se convirtieron en el Rey y la Reina, prohibieron la captura de animales exóticos para tenerlos en cautiverio, crearon leyes para permitir que la clase negociante prosperara y vivieron felices para siempre.
Fin.
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Sobre la autora:
Mi nombre es Tasha Guenther. Actualmente vivo en Columbia Británica, Canadá, mientras termino mi carrera de inglés con énfasis en literatura inglesa. Disfruto escribiendo historias cortas y artículos que no son de ficción para niños de escuela elemental.