
Cuando el mensajero regresó al tercer día, le dijo a la reina que había explorado el bosque y que se encontró a un extraño hombrecito que bailaba y saltaba alrededor de una gran fogata. Su sirviente comenzó a cantar una canción que tenía una melodía muy familiar para la reina.
Con ello, la reina reconoció la melodía, pues era la que el extraño hombrecito siempre había tarareado. Y entonces ella misma bailó y saltó alrededor en su habitación, feliz por las noticias. Momentos más tarde, el hombrecito entró a la habitación dando saltos.
“Y bien, mi reina. ¿Cuál es mi nombre?” preguntó con una mueca de astucia.
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