El Príncipe avanzó. Todo estaba tan quieto que podía oír su propia respiración. Por fin llegó a la
torre y abrió la puerta de la pequeña habitación donde la Princesa estaba dormida. Allí yacía, luciendo tan hermosa que no podía dejar de mirarla. Se inclinó y le dio un beso. Tan pronto
la tocó, la Bella Durmiente abrió sus ojos y le sonrió.
En todo el castillo, todos y todo se despertó y se miraban unos a otros con ojos de asombro. Un mes después, el Príncipe y la Bella
Durmiente se casaron y vivieron muy felices por siempre.