Finalmente pensó en algo. Fue a su habitación más secreta – nadie más podía entrar – y preparó una manzana envenenada. Por fuera era hermosa y cualquiera que la viera la querría. Pero cualquiera que comiera un poco moriría. Maquilló su cara y se disfrazó como una viejecita vendedora, para que nadie la reconociera, viajó a la casa de los siete enanitos y tocó a su puerta.
Blanca Nieves sacó la cabeza por la ventana y dijo, "no debo dejar entrar a nadie; los siete enanitos me lo han prohibido".
"Está bien", contesto la vendedora. "Puedo deshacerme de mis manzanas fácilmente. Toma, te daré una".
"No," dijo Blanca Nieves, "no puedo aceptar nada de extraños".
"¿Tienes miedo al veneno?" preguntó la
viejecita. "Mira, cortaré la manzana en dos. Tú te comes media y yo me comeré la otra media manzana".
Había hecho la manzana tan artísticamente que solo la mitad estaba envenenada. Blanca Nieves quería la hermosa manzana, y cuando vio que la vendedora estaba comiendo parte de ella no se pudo resistir más y sacó la mano y tomó la mitad envenenada. Tan pronto mordió la manzana cayó al suelo muerta.
La reina fijó su mirada malvada en ella, rió a carcajadas y dijo, "¡blanca como la nieve, roja como la sangre, negra como la madera de ébano! Los enanitos nunca te despertarán".
Cuando regresó a casa peguntó a su espejo:
Espejito, espejito,
¿Quién es la más hermosa de todas?
El espejo finalmente contestó:
Tú, mi reina, eres la más hermosa de todas.
Entonces su corazón cruel y envidioso descansó, tanto como puede descansar un corazón cruel y envidioso.