“Si puedes hilar y convertir esta paja en oro, serás mi reina” dijo el rey.
Aunque solo es la hija de un molinero, pensó el rey, no encontraré una mujer más rica para convertirla en mi esposa.
Sin esperar la respuesta de la joven, el rey giró sobre sus talones, cerró la puerta y la encerró dejándola sola en la habitación mas grande del palacio.
La joven miró alrededor, tembló al observar que había aun más paja amarilla que en las dos habitaciones anteriores juntas. Sin tiempo para llorar, oyó el chirrido de la puerta que se abría. Volteó a mirar y vio una larga nariz asomándose desde atrás de la puerta. Entonces el pequeño y extraño hombrecito entró saltando y bailando a la habitación.
“¿Que me darás si hilo esta paja y la convierto en oro?” preguntó sin saludar a la joven.
“No me queda nada para darte” dijo.
“Mmm…” el extraño hombrecito pensó por un rato. Se paseó de un lado a otro de la habitación, pateando los pedazos de paja que encontraba en su camino. “¡Ya sé!” dijo de repente. “Si hilo esta paja y la convierto en oro, promete que me darás al primer hijo que tengas cuando seas reina.”