Sara se sumergió en lo profundo de las oscuras aguas, levantándose y cayendo con las olas, hasta que se las arregló para alcanzar al joven príncipe; sus ojos estaban cerrados y
estaría muerto si la sirenita no hubiera venido en su rescate. Ella sostuvo su cabeza encima del agua y dejó que las olas los llevaran libremente.
La tormenta cesó al amanecer. Sara haló al
príncipe hacia la orilla con lo que le quedaba de fuerza. Luego lo acunó suavemente para mantenerlo tibio, y le cantó dulcemente a medida que el sol se levantaba mas y mas en el cielo y el color
regresó a sus mejillas.
Antes de que hubiera pasado la mañana, una joven muchacha se aproximó en la playa y Sara se escondió rápidamente.
Cuando la muchacha se acercó, el apuesto
príncipe abrió sus ojos y murmuró; “Gracias por salvarme, tienes una hermosa voz”.
“No fui yo quien te rescató del mar”, contestó la muchacha, “pero me complace mucho haberte encontrado ¡todo
el reino te ha estado buscando desde anoche!”