"La
humanidad debe tener fuego, sin importar lo que haya decidido Zeus", se dijo a
sí mismo. Y con ese pensamiento se escabulló silenciosamente en el dominio
de Zeus y robó una chispa de su relámpago. Prometeo tocó el extremo
del largo tallo con la chispa y la sustancia seca dentro de él prendió fuego y
ardió lentamente. Prometeo se apresuró a su propia tierra, cargando con él
la preciosa chispa escondida en el centro hueco de la planta.
Cuando
llegó a casa, llamó a algunos de los hombres temblorosos para que salieran de
sus cuevas e hizo una fogata para ellos, y les mostró como usarlo para
calentarse y para cocinar sus alimentos. Hombres y mujeres se reunieron
alrededor del fuego, ya no tenían frío y estaban felices y agradecidos con
Prometeo por el maravilloso regalo que les había traído.
Una fría mañana
de invierno, Zeus miró hacia abajo desde el Monte Olimpo y notó fogatas que
ardían alegremente en los hogares de hombres y mujeres en cada villa a lo largo
de las tierras. No le tomó mucho tiempo comprender que Prometeo lo había
desobedecido y le había dado el fuego a los hombres.
Zeus estaba muy enojado y ordenó encadenar a Prometeo a una montaña para que sufriera allí por toda la eternidad. Y allí quedó Prometeo, pensando en el futuro, feliz sabiendo que había dado el fuego a los hombres, hasta que un día fue rescatado por Hércules, el hijo mortal de Zeus... ¡pero esa es una historia para otro día!