Hansel trató de idear una forma de protegerse a él y a su hermana. Observó por todas partes buscando sus piedritas que había dejado caer. Como no las vio por ninguna parte, Hansel supuso que el travieso pájaro las había robado todas.
Sin esperanzas, Hansel y Gretel regresaron a sus camas y esperaron a que su madre viniera a llevarlos al bosque.
Como era de esperarse, la esposa del leñador subió a la habitación de los niños para llevárselos. Ordenó a Hansel que se pusiera sus botas de caminar y a Gretel que usara sus ropas sucias.
Una vez más se encaminaron hacia el bosque.
Sin embargo, antes de que se fueran, el leñador le entregó a Hansel en secreto un pequeño pedazo de pan. Hansel vio la mirada de desesperanza en el rostro de su padre.
Hansel ocultó el pan en su bolsillo, aplastándolo hasta hacerlo prácticamente migajas y con tristeza siguió a su madre y a su amada hermana. Cada cierta distancia, Hansel dejó caer estas migajas al suelo.