Cuando la pareja se besó para sellar sus votos, Sara sintió una
punzada de dolor y se hundió en la arena con las olas mojándola. Pensó para sí misma mientras yacía allí, “así que este es el final; cómo desearía tener más tiempo de observar a los humanos celebrar
sus extrañas y emocionantes vidas. Pero ¡ay!, lo único que me queda es fundirme en la espuma del mar y reunirme de nuevo con el océano que fue una vez mi hogar”.
Por fortuna, las hadas del aire
habían estado observando a Sara todo este tiempo porque también tenían curiosidad por los humanos y se habían propuesto cuidarlos. La mayor de las hadas revoloteó acercándose a Sara y la tocó
suavemente en la frente.
“No temas,
querida, por tu amor y aceptación te has ganado un lugar con nosotras. De ahora en adelante serás una hija del viento y cuidarás a los humanos con amabilidad y compasión”. Y cuando el hada mayor
levantó su mano, Sara se sintió tan liviana como una pluma y le crecieron alas.
La sirenita sonrió alegremente ya que no pensaba que hubiera una vida más maravillosa que revolotear en el aire
como una mariposa y cuidar a los humanos por quienes había renunciado al océano para poder conocerlos.