La sirenita
por Leanne Guenther basada en el
cuento de hadas de Hans Christian Andersen
Muy
lejos en el océano, donde el agua es tan azul como la más hermosa flor de
aciano, y tan clara como el cristal vivía una hermosa princesa llamada Sara.
Sara era como las otras princesas que quizás hayas conocido, con una sola
excepción – ¡Sara era una sirena!
Pero, no podemos imaginar que no haya nada en lo profundo del mar aparte de arena amarilla solamente. No, de hecho; las flores y plantas más sorprendentes crecen allí; peces coloridos, tanto grandes como pequeños se deslizan entre las ramas, de la misma manera que los pájaros vuelan entre los árboles en esta tierra. En el lugar más profundo de todos se levanta el castillo del Rey del Mar. Sus paredes están hechas de coral, el techo esta formado de conchas que abren y cierran al vaivén del agua que fluye sobre ellas. Su apariencia es hermosísima, ya que en cada una hay una perla brillante.
Sara, la princesa sirena, vivía en su castillo bajo el mar
con su padre el Rey y sus cinco hermanas mayores. Todo el día jugaban en
los grandiosos corredores del castillo. Las grandes ventanas color ámbar
estaban abiertas y los peces subían nadando hasta donde estaban las princesas y
tomaban pedacitos de comida de sus manos.
Aunque Sara amaba a su familia
y su hermoso y pacifico mundo azul, deseaba algún día ver el cielo, la luna y
más especialmente, los humanos sobre quienes había oído tantas historias.
“Cuando hayas cumplido quince años”, dijo su padre, “tendrás permiso de nadar
para salir del mar y sentarte en las rocas a la luz de la luna, mientras los
grandes barcos pasan navegando y tal vez entonces verás los humanos con los que
sueñas”.
Sara esperó con impaciencia a medida que cada una de sus hermanas mayores
cumplía quince años y hacían sus viajes al mundo de la superficie.
Todas le contaban sobre las maravillas que habían visto por
encima de la superficie – sobre olas rompiendo en las rocas, la tibieza del sol
y los sonidos de las gaviotas en el aire. La historia favorita de Sara era
la que su tercera hermana le había compartido; había nadado aguas arriba en un
río ancho que desembocaba en el mar. Vio en las orillas colinas verdes de
las que se asomaban palacios y castillos entre los orgullosos árboles del
bosque; oyó a los pájaros cantando y sintió la tibieza del sol que brillaba en
el cielo.
Encontró en una cascada angosta todo un grupo de pequeños niños
humanos jugando en el agua; deseaba jugar con ellos, pero salieron corriendo tan
pronto la vieron. Cuando estaba a punto de irse, un pequeño animal blanco
y negro se le aproximó. Tenía cuatro patas y meneaba su cola, pero ella no
sabía lo que era porque nunca antes había visto nada parecido. El animal
había hecho un sonido de “WOOF” tan fuerte que la había asustado haciendo que se
apresurara de regreso a su hogar en el mar. Pero le dijo a Sara que nunca
olvidaría el hermoso bosque, las verdes colinas y los hermosos niñitos que
podían nadar en el agua pero no tenían colas de peces.
Por fin Sara cumplió sus quince años. “Bueno, ya tienes
edad suficiente para hacer tu visita a la superficie”, dijo su padre un poco
entristecido; “por favor ten cuidado porque te quiero mucho”.
Sara abrazó
a su padre y dijo “adiós”, luego nadó tan ligera como una burbuja hacia la
superficie del agua. El sol se acababa de poner cuando levantó su cabeza
por encima de las olas; pero las nubes estaban pintadas de oro y carmesí, y a
través de la tenue luz del crepúsculo resplandecía la estrella de Venus en toda
su belleza. Un gran barco flotaba tranquilamente en la distancia, con solo
una vela levantada; no soplaba la brisa, y los marineros se sentaban a descansar
en la cubierta o entre las velas. Había música y canciones a bordo y, al
llegar la oscuridad, cien faroles de colores se prendieron brillando
hermosamente en la noche.
La sirenita nadó cerca a las ventanas de la
cabina; de vez en cuando, cuando las olas la levantaban, podía ver a través de
los claros cristales de las ventanas, y veía en el interior varias personas bien
vestidas. Había un joven príncipe entre ellos, el más apuesto de todos,
con grandes ojos marrones; tenía dieciséis años, y su cumpleaños era el motivo
de toda la celebración.
Los marineros danzaban en la cubierta, pero cuando el
príncipe salió de la cabina, más de cien cohetes se elevaron en el aire, y todo
se iluminó como si fuera de día. La sirenita estaba tan sorprendida que se
sumergió bajo el agua; y cuando volvió a asomar su cabeza, parecía como si todas
las estrellas del cielo se estuvieran cayendo a su alrededor, nunca antes había
visto tales fuegos artificiales. Y qué apuesto lucia el joven príncipe
mientras estrechaba las manos de todos los presentes y les sonreía, con la
música tocando en el aire claro de la noche.
La fiesta era tan ruidosa y
las luces tan brillantes que los marineros no notaron los relámpagos que
iluminaban el cielo. En lo que pareció un instante, una fiera tormenta
sopló cruzando el barco.
“¡Cuidado!” gritó Sara, pero nadie la pudo oír
por la música y la tormenta. Una violenta ola negra golpeó el barco,
lanzándolo violentamente y, para su horror, Sara vio que el joven príncipe caía
por la borda, golpeando su cabeza contra la barandilla al caer.
Sara se sumergió en lo profundo de las oscuras aguas,
levantándose y cayendo con las olas, hasta que se las arregló para alcanzar al
joven príncipe; sus ojos estaban cerrados y estaría muerto si la sirenita no
hubiera venido en su rescate. Ella sostuvo su cabeza encima del agua y
dejó que las olas los llevaran libremente.
La tormenta cesó al amanecer.
Sara haló al príncipe hacia la orilla con lo que le quedaba de fuerza.
Luego lo acunó suavemente para mantenerlo tibio, y le cantó dulcemente a medida
que el sol se levantaba mas y mas en el cielo y el color regresó a sus mejillas.
Antes de que hubiera pasado la mañana, una joven muchacha se aproximó en la
playa y Sara se escondió rápidamente.
Cuando la muchacha se acercó, el
apuesto príncipe abrió sus ojos y murmuró; “Gracias por salvarme, tienes una
hermosa voz”.
“No fui yo quien te rescató del mar”, contestó la muchacha,
“pero me complace mucho haberte encontrado ¡todo el reino te ha estado buscando
desde anoche!”
Sara se sumergió tristemente en el agua y regresó al castillo de su padre. Siempre había sido callada y pensativa, y ahora lo era más que nunca. Sus hermanas le preguntaron por lo que había visto durante su primera visita a la superficie del agua pero ella estaba demasiado triste como para compartir su historia. Lloró sola en su habitación dos días enteros. La mañana del tercer día, Sara despertó habiendo tomado la decisión de regresar para ver al príncipe que había rescatado, pero sabía que su padre nunca le permitiría regresar al mundo humano. Sara decidió que su única esperanza era visitar a la Bruja del Mar.
La Bruja sonrió cuando vio aproximarse a la sirenita
sabiendo, mágicamente, lo que quería la joven muchacha.
“Te advierto,
muchacha”, dijo la vieja mujer dándose vuelta y entregándole a Sara una botella
pequeña de un liquido negro, “a cambio de tu deseo de ser humana tendrás que
sacrificar tu hermosa voz. A no ser que tu amor verdadero te haga su
esposa, nunca podrás hablar nuevamente y finalmente morirás”.
La sirenita tomó con cuidado la botella de las manos de la
Bruja y nadó hacia la orilla donde había visto al príncipe por última vez.
Suspiró y miró tristemente su cola de pez. Luego Sara reunió su coraje,
asintió en silencio y bebió la poción mágica. Un dolor agudo la atravesó y
se desmayó.
El príncipe caminaba como soñando a lo largo de la orilla. Por un
momento pensó que su sueño sobre una hermosa muchacha del mar se había
convertido en realidad, cuando descubrió a una joven muchacha tendida en la
playa, vistiendo un inusual vestido de escamas brillantes. Se apresuró
justo cuando los ojos de la muchacha se abrieron parpadeando.
“¿Quién
eres y como llegaste a la playa?” preguntó el príncipe suavemente. Pero
Sara no pudo responder porque su voz se había ido al tomar la poción así que en
lugar de eso le sonrió lindamente y se recostó en su brazo cuando él la guiaba a
su castillo cerca al mar.
Cuando llegaron al castillo, los señores y las damas
miraron con curiosidad a la joven muchacha que acompañaba a su príncipe pero
pronto todos en el castillo se acostumbraron a la callada presencia de la
muchacha – a pesar de su extraño hábito de comer solamente ensaladas de algas
marinas al desayuno, almuerzo y cena.
El príncipe era muy amable con Sara
y la trataba como una hermana menor pero para tristeza de Sara, sus pensamientos
de amor estaban en la mujer humana que lo encontró en la playa mientras Sara
estaba escondida.
“Tenía los más hermosos ojos azules. Solo estuvo aquí por un rato,
pero la extraño tanto”, le contó el príncipe a Sara mientras caminaban por el
jardín.
Después de un tiempo, Sara cayó en cuenta de que el príncipe no
se casaría con ella. Se sintió tan sola que pensó que su corazón se
partiría pero aun la alegraba que el príncipe era tan buen amigo.
“Debo
quedarme con el por el tiempo que pueda”, decidió Sara. Pero sabía que
cuando él finalmente se casara con la mujer con quien soñaba, moriría, porque el
hechizo de la bruja pedía que ella se casara con su amor verdadero para
convertirse en humana completa.
Cuando el invierno terminó y comenzó la primavera, el día
que Sara había estado temiendo llegó finalmente. El rey del país vecino
llegó de visita y trajo consigo a su hermosa hija.
Tan pronto como el
príncipe la vio, corrió hacia ella y miró fijamente sus ojos.
“¡Tu!”
exclamó, “tú eres quien me encontró en la playa”. Y así la pareja se
enamoró rápidamente e hicieron planes para casarse.
Las hermanas de Sara
habían seguido su aventura en la tierra humana y les horrorizaba pensar que la
amada sirenita moriría con el matrimonio de la feliz pareja. Así que nadaron a
las profundidades para hacer su propio trato con la Bruja del Mar; a cambio de
su cabello, la bruja les entregó un cuchillo mágico.
Cuando Sara caminaba sola por la playa una mañana vio a sus
hermanas en el mar. “¿Qué le sucedió a su hermoso cabello?” les preguntó
tristemente.
Sus hermanas respondieron, “lo cambiamos con la bruja por un
cuchillo mágico. Debes matar al príncipe con él y nos serás devuelta como
una sirena bajo el agua. ¡Te extrañamos y no deseamos verte morir!”
Sara sonrió a sus hermanas y les dijo adiós agitando su
mano, pero lanzó el cuchillo a lo profundo del océano porque sabía que nunca
podría matar al apuesto príncipe a quien amaba con todo su corazon.
Y
llegó el día en que el príncipe y la princesa se casaron. Todo el reino se
regocijó, incluyendo a Sara, quien miraba en silencio desde la playa cerca del
océano, donde una vez había nadado libremente como una sirena.
Aunque se sentía apesadumbrada, Sara estaba feliz por los días que había
pasado con el príncipe y de que él se hubiera casado con su amor verdadero.
Cuando
la pareja se besó para sellar sus votos, Sara sintió una punzada de dolor y se
hundió en la arena con las olas mojándola. Pensó para sí misma mientras
yacía allí, “así que este es el final; cómo desearía tener más tiempo de
observar a los humanos celebrar sus extrañas y emocionantes vidas. Pero
¡ay!, lo único que me queda es fundirme en la espuma del mar y reunirme de nuevo
con el océano que fue una vez mi hogar”.
Por fortuna, las hadas del aire
habían estado observando a Sara todo este tiempo porque también tenían
curiosidad por los humanos y se habían propuesto cuidarlos. La mayor de
las hadas revoloteó acercándose a Sara y la tocó suavemente en la frente.
“No temas, querida, por tu amor y aceptación te has ganado un lugar con
nosotras. De ahora en adelante serás una hija del viento y cuidarás a los
humanos con amabilidad y compasión”. Y cuando el hada mayor levantó su
mano, Sara se sintió tan liviana como una pluma y le crecieron alas.
La
sirenita sonrió alegremente ya que no pensaba que hubiera una vida más
maravillosa que revolotear en el aire como una mariposa y cuidar a los humanos
por quienes había renunciado al océano para poder conocerlos.