La historia de Aracne, la tejedora "¿Atenea?  ¡Bah!" dijo Aracne.  "¿Cómo podría enseñarme?  ¿Acaso puede hilar madejas de hilos como estas?  ¿Puede tejer cosas como las mías?  Me gustaría ver como lo intenta.  Probablemente le puedo enseñar un par de cosas".

Subió la mirada y vio en el portal a una mujer alta envuelta en una capa larga.  Su rostro era hermoso al verlo, pero serio, ¡oh!, ¡tan serio!  Y sus ojos grises eran tan penetrantes y tan brillantes que Aracne no pudo sostener la mirada.

"Aracne," dijo la mujer, "soy Atenea, la diosa de las manualidades y de la sabiduría, y he oído tus alardes.  ¿Estás segura de que aún crees que puedes hilar y tejer tan bien como lo hago yo?"

Las mejillas de Aracne palidecieron, pero dijo: “Sí.  Puedo tejer tan bien como lo haces tú".

"Entonces déjame decirte lo que haremos", dijo Atenea.  "En tres días ambas tejeremos; tú en tu telar y yo en el mío.  Pediremos a todo el que quiera que venga a vernos; y el gran Zeus, que esta en las nubes, será el juez.  Y si tu trabajo es mejor, no tejeré nunca más hasta que se termine el mundo; pero si mi trabajo es mejor, entonces nunca más usarás el telar ni el huso.  ¿Estás de acuerdo?"

"De acuerdo", dijo Aracne.

"Muy bien", dijo Atenea.  Y se alejó.

Cuando llegó el momento del concurso de tejido, cientos de personas se presentaron para verlo, y el gran Zeus se sentó entre las nubes y observó.

Aracne tomó sus madejas de seda fina y comenzó a tejer.  Y tejió una red de una belleza maravillosa, tan delgada que flotaría en el aire, y tan fuerte que podría sostener a un león en sus mallas; y los hilos de la urdimbre y la trama eran de tantos colores, y estaban distribuidos y mezclados tan maravillosamente entre sí que todos los que lo veían estaban encantados.

"No es de extrañar que la doncella hiciera alarde de sus habilidades", dijo la gente y el mismo Zeus asintió.

 


 

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